¡Hay que vestir el muñeco!
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Carlos M. Castañeda y el periodismo visual

por José Luis Díaz de Villegas

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Nadie sabe lo que trae la vida. El 15 de abril de 1961, en un estudio de cine de animación en Miami, comencé a darle los primeros toques a ¡Patria o Muerte!, una película mía en dibujos animados que satirizaba a Fidel y sus nuevos amigos, los rusos. Eso impidió que me envolviera en el desastroso desembarco de Bahía de Cochinos, lo que ocurrió dos días más tarde. Mes y medio después, un periodista muy admirado por mí, Edward Murrow, recién nombrado Director de la USIA por John F. Kenneddy – no la CIA - vio una copia de trabajo de ¡Patria o Muerte! y nos contrató para hacer una película sobre la reforma agraria cubana y una serie para promover la democracia y la Alianza para el Progreso en América Latina.

Poco tiempo después, otro periodista, Carlos Castañeda, cubano, a quien sólo conocía por sus trabajos en la revista Bohemia y CMQ TV en Cuba, era Sub Director de Life en Español y el fue encargado de coordinar y publicar en aquella revista y Fortune magazine varias entrevistas con algunos cubanos exiliados que estaban destacándose profesionalmente en Estados Unidos. Uno de aquellos entrevistados era yo, pues era el único cubano que estaba haciendo películas de animación.

Miami y mi relación con la USIA duraron siete años, pero nunca conocí a Murrow…ni tampoco conocí a Castañeda. Me fui de Miami, vine a vivir a Puerto Rico y un día de la primavera de 1970 recibí una inesperada llamada de Carlos para almorzar en un restaurante en el Condado. Ese día, Carlos me informó del proyecto de El Nuevo Día, que había aceptado ser su Director y me pidió que le recomendara un director de arte para la revista sabatina que él tenía en mente publicar. Yo acababa de quedarme desempleado como ingeniero y empezaba a organizar mi estudio de arte publicitario y dibujos animados, así que alcé la mano le dije: “No busques más…”

 Creo que ese día, bien pude haber parafraseado a Humphrey Bogart en la última escena de Casablanca cuando le dijo a Claude Raines: “Louie, I think this is the beginning of a beautiful friendship”. Desde entonces, por más de 20 años, nos unieron a Carlos y a mí el amor a la libertad, al Periodismo con mayúscula, a nuestras familias y a Cuba… sin contar un espíritu de aventura que se tradujo en nuestra larga colaboración en y más allá de El Nuevo Día.

 Yo nunca fui a escuela de periodismo, pero siempre digo con orgullo que tuve el privilegio de ir a la UNIVERSIDAD CARLOS CASTAÑEDA, porque El Nuevo Día de los setentas y ochentas fue como un mini-Bauhaus periodístico que sólo los que lo vivimos, desde los muchachos del taller y los fotógrafos, hasta el propio Antonio Luis, sabemos lo que fue. Ya en aquellos comienzos, Carlos revisaba el The New York Times y vivió en aquella época los cambios en su diseño que hacía Lou Silverstein y otros dieñadores, como Lee Lockwood en el periódico de Allentown, Dick Curtis en Baltimore, etc., y las cosas que se empezaban a hacer en Europa.

 Carlos era un periodista nato y si el día que nació hubiese sabido hablar y escribir y hubiese tenido una cámara a mano, tan pronto salió de la barriga de su madre, la hubiese entrevistado y retratado y también a su padre y a la comadrona que la parteó. Yo nunca me lo he imaginado como otra cosa que periodista.

 ¿Pero no conflije ese imagen de Castañeda, periodista agudo, de pluma ágil e implacable de la escuela de Bohemia y Life, con la de un diseñador gráfico? Todo lo contrario, porque él vivió los comienzos de la televisión, tenía un gran ojo e intuyó que el periodismo impreso tenía que combatir con imágenes el avance de la TV y, si hoy viviera, algún muñeco estaría vistiendo en la Internet y a mí me hubiese encantado haberle visto la cara al ver lo que estaban haciendo “tuiteros” y los fotógrafos de celular que surgieron en los tumultos de Teherán o buscando las notas de la bloguera cubana Yoani Sánchez.

 Para él, el aspecto gráfico de los periódicos y revistas eran una herramienta imprescindible para involucrar a los lectores en el contenido y mensaje de cualquier publicación que, además de ser informativa y ofrecer opinión fuese divertida y marchara al ritmo de los tiempos.

Aunque Carlos estaba orgulloso de El Nuevo Día, siempre fue un enamorado de los periódicos tamaño estándar, pero al llegar a Puerto Rico tenía ante sí el reto de competir desde un periódico tabloide contra un coloso tamaño grande, El Mundo: teníamos que hacerlo con agilidaad period;istica y ganando la batalla visual… y lo logramos.

A Carlos lo ayudaron mucho los conocimientos de tipografía que había aprendido en Escuela de Periodismo de La Habana y la Universidad de Missouri – donde una nieta mía estudia su segundo año -y lo primero que hizo cuando se enfrentó a la operación El Nuevo Día fue estudiar qué estaban haciendo los tabloides más importantes de Estados Unidos: The New York Daily News, The New York Post, Newsday, The Chicago Sun Times y The Chicago Daily News.

 Para él, la primera plana tenía que llevar el impacto visual de la noticia más importante del diario a través de tres elementos: la imagen – que podía ser foto, caricatura o ilustración; tipografía: el titular y los subtítulos, y la diagramación o layout. Carlos siempre llevó con orgullo el que años más tarde, el director del The New York Daily News, le había mostrado una paca de ejemplares de El Nuevo Día que tenía en su oficina, impresionado por sus portadas.

 Carlos nunca pretendió emprender solo la aventura El Nuevo Día y aquella revolución visual y, desde el primer día, creó una ágil y eficiente guerrilla gráfica, encabezada por El Loco Guayo Hernández, el genial Arroyito, Luis Ramos, Gary Williams, Cookie Korf, Camachito y un servidor. “No ahorren película, que la perlícula es barata…”, les dijo Carlos a los fotógrafos y les prohibió usar flash. No recuerdo bien en qué momento surgió la siguiente frase, ni quien la dijo, si Carlos, yo, Ramos o Guayo…: “La única foto que no se puede publicar es la que no se tira”, pero casi se convirtió en un lema y todavía no habíamos cumplido un mes cuando publicamos dos grandes reportajes en la revista Sábado, concebidos ambos por Carlos como un trabajo en colaboración.

 El primero fue, sobre Don Pau Casals y a su casa fuimos un grupo de periodistas, con Castañeda al frente; Carlos Alberto Montaner, el crítico musical Natalio Galán, el cienasta Orlandito Jiménez y yo como diseñador con la responsabilidad del montaje y trabajando junto a Carlos, quien tenía un ojo especial para seleccionar fotos. El otro reportaje fue de la barriada La Perla, en que Luis Ramos se lució como fotógrafo (recuerdo una foto de una sensual y bella joven piel canela que no le debe haber caido muy bien a Doña Carmen).

 Mes y medio depués, El Nuevo Día se robó el show cuando Marisol Malaret fue elegida Miss Universo en Miami y El Nuevo Día publicó en portada una foto de la reina aceptando la corona, que habíamos conseguido por una operación logística más complicada que la invasión de Normandía. Para colmo, par de días después, Carlos punlicó una gran foto de Gary Williams, de Marisol a cuerpo entero a su llegada a Puerto Rico, en una página doble vertical en el.

 En 1972 Carlos incorporó Sábado al cuerpo del periódico y yo lo solté para dedicarme a diseñar y terminar dirigiendo Sábado Deportivo. Poco después, parimos Por Dentro - junto al gran periodista español José Ramón Estella - una sección “pull out” - que aún existe - con un contenido que hoy día llaman “vida y estilo” y que ha tenido más reencarnaciones que una docena de gatos.

 Durante mucho tiempo, Carlos y yo hacíamos cambios en el diseño, prácticamente, de un día para otro; a veces porque simplemente estábamos aburridos de algún aspecto particular del diseño del diario. Siempre funcionaron bien y nunca hicimos una encuesta o un  focus-group, era algo a lo que los dos siempre fuimos un poco alérgicos.

 Desde que comenzó El Nuevo Día, hubo varios principios del diseño gráfico que Carlos adoptó intuitivamente y que fue enseñándoselo a los redactores, que eran los que diagramaban las páginas del diario: Contraste, movimiento, ritmo, drama, información, uso correcto de la tipografía y atención a los problemas de legibilidad. De hecho, Carlos le subió un punto al tamaño de la tipografía de texto del que se usaba corrientemente en Puerto Rico. De Life él traía el “know-how” del uso de las fotos y enseñó en el periódico que primero había que saber escoger la mejor foto para una noticia o un artículo; después, que una buena foto se podía echar a perder si no se usaba bien: había que hacerla hablar con un buen encuadre (“cropping”), asignándole la posición y tamaño correctos y ayudando a destacarla con su caballo de batalla: el uso del blanco, el espacio negativo.

 Igual que Carlos era un enamorado de los periódicos grandes, también lo era de las revistas y en 1978, él concibió una revista de circulación continental de interés general que funcionaría aparte del periódico y que sería la mejor revista de América Latina. Por muchos meses, Carlos y yo nos retiramos a una oficina al lado del periódico con Sam Halper, ex senior editor de Time magazine, y un asistente mío, hasta que parimos un Número Cero de Así, como bautizamos la revista. Lamentablemente, nunca vió la luz por razones financieras y de mercado.

 Carlos y yo nos reintegramos al periódico y en 1981, sacamos un nuevo invento revolucionario: un suplemento dominical nuevo, tamaño estándar, En Grande, una revista orientada al consumidor, que incluía la sección de viajes, y que se publicó exitosamente durante 16 años. Alrededor del En Grande se integró un grupo de excelentes ilustradores, como Juanito Álvarez O’Neill, mi hijo José Luis, Stanley Coll, Enrique Agramonte, Nívea Ortiz, Felipe Cuchí y otros que contribuyeron substancialmente a la multitud de premios del Society for Newspaper Design que se ganó aquella publicación. Además, publicamos con frecuencia ilustraciones y caricaturas de grandes dibujantes de Estados Unidos, Como Levine, Sorel, Milhaesco y otros. Luego de la muerte de Arroyito, Taylor Jones se incoporó a nosotros y más tarde yo incorporé a Joe Wallace.

Otra publicación revolucionaria, no por su contenido de crónica social, sino por su estilo gráfico fue Magacín. Al principio era también tamaño estándar y la diseñaba mi hijo José Luis; se le asignó un fotógrafo exclusivo, El Chino Ribas, quien pronto aprendió que las fotos no podían ser posadas, que tenían que tener acción, algo jamás visto antes en Puerto Rico. Se debía evitar los paredones.

 En 1986, con el auspicio económico de El Nuevo Día y The San Juan Star, se celebró en San Juan el congreso mundial del SND con la asistencia de 14 países, donde en una conferencia que di con Bill Esiner, de Newsday plantee algo que había conversado largamente con Carlos: la concepción visual de los periódicos tabloides como una revista diaria. Poco después, el El Nuevo Día se llevó una Medalla de Plata, lo que lo convertía en el periódico tabloide mejor diseñado en el mundo. La primera vez que un tabloide ganaba un premio tan importante.

 Aparte de El Nuevo Día, Carlos y yo dimos conferencias y seminarios sobre diseño de diarios en Estados Unidos y la América Latina y diseñamos en 1976 la edición original de El Herald, de Miami, que rediseñó más tarde Mario García y volvió a rediseñar Carlos en los noventas. Pero quizás lo que más satisfacción nos dio a ambos fue el diseño del único diario opositor del país, La Prensa de Panamá en 1979, cuando Omar Torrijos era aún dictador de aquel país, y su rediseño en 1992, cuando Panamá se libró de Noriega quien había destruido a marronazos las prensas de aquel diario.

Desde antes de y después de retirarse de El Nuevo Día, Carlos tuvo una exitosa tayectoria remozando el concepto editorial y gráfico de El Nuevo Herald, diseñando y rediseñando periódicos en América Latina y sirviéndoles de consultor editorial. Desde El Colombiano en Medellín, Colombia, hasta UNO en Salta, Argentina, pasando por La Prensa en Nicaragua, El Día de Costa Rica, El Nacional y Hoy en República Dominicana… Un legado periodístico que algún día se reconocerá en todo su valor.

 Me queda un aspecto de CMC que muchos no conocen: a Carlos Castañeda le gustaba comer bien, era muy buen cocinero, fue a él al que se le ocurrió que tuviéramos una sección fija en En Grande, llamada Gourmet, y entre los dos organizamos el Certamen del Buen Comer, que duró 25 años. Demás está decir que los diseños de página, fotos e ilustraciones de Gourmet, ganaron importantes premios internacionales. Y con permiso de Don Paco Villón, con este postrecito me despido…Bon Appétit …!

 

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