Carlos M. Castañeda reinventó el periodismo en Puerto Rico

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Por Nilsa Pietri

Cuando Carlos M. Castañeda hablaba de periodismo, sus ojos azul verdosos adquirían un brillo especial. Su entusiasmo era tal que contagiaba.

Yo fui testigo de esa experiencia. Pero, lo que no deja de asombrarme es que mi testimonio es de 1997, cuando tuve el privilegio de trabajar junto a él, y bajo su mando, en la creación y organización de Primera Hora, un diario con el que Castañeda reinventó por segunda vez el periodismo en Puerto Rico.

Y digo por segunda vez porque la historia de Carlos M. Castañeda en Puerto Rico nació 27 años antes, en 1970, cuando su primera reinvención del periodismo puertorriqueño, que fue la creación de El Nuevo Día. Lo asombroso es que periodistas que compartieron con él esa primera experiencia recuerdan aquellos mismos ojos brillantes y aquel mismo entusiasmo que yo viví 27 años después.

Eso quiere decir que no se cansó nunca de hacer periodismo. Era su vida. Murió con las botas puestas... y será difícil que alguien pueda alguna vez llenar su espacio.

Carlos M. Castañeda fue un adelantado. En 1970 hacía periodismo de avanzada, descartaba la sábana y las páginas repletas de plomo y convertía el diario en un instrumento ágil que exudaba pasión. Vestir el muñeco, le llamaba él a ese ejercicio. Y nadie vistió jamás el muñeco como él.

Sus portadas desafiaban las reglas de aquellos días. Combinaban la noticia dura con el deporte y con el espectáculo. Y adornaba el muñeco con el elemento gráfico, al que elevó a un sitial de honor y con el que muchas veces decía más que con los textos que acompañaban las fotos y las caricaturas que escogía.

Veintisiete años después, repitió la fórmula, le agregó elementos nuevos del periodismo moderno y atrevido que se hacía en algunos países de Europa y coronó todo con su ojo clínico para darle personalidad propia a Primera Hora. 

No se equivocó en 1970 con El Nuevo Día. Ni se equivocó en 1997 con Primera Hora.

Sentó cátedra en ambas ocasiones y obligó a los demás a seguir su ruta aunque no les gustara lo que hacía. No importaba, porque sabían que tenía razón, que hacía lo que había que hacer.

Me atrevo a decir que Carlos M. Castañeda fue el último personaje de una era. Los diarios cambiaron gracias a él y comenzaron a perder protagonismo después de él. Les impartió vida nueva, carácter, pasión, nuevos bríos, nuevos estilos.

Y cuando él se marchó, la Internet nos cogió desprevenidos y se combinó con la crisis económica para imponernos nuevas plataformas de informar y obligarnos a idear nuevos modelos de negocios.

Estoy segura que todo habría resultado más fácil si él siguiera aún entre nosotros. Ya en 1997, cuando nacía Primera Hora, habían surgido nuevas herramientas para "vestir el muñeco". Ya no había que hacer paste-up para armar una página. No había que usar tipómetro para conseguir la proporción correcta de una fotografía. No había plomo. 

Se afincaba la era digital que había estado haciendo pininos en la última parte del siglo 20 pero que aún necesitaba crecer. Afloraban los programas de computadora para diagramar una página, colocarle el texto, agregarle la foto y ajustarla a fuerza de clicks.

Eran cosas nuevas, pero él no le cogía miedo a nada. Aprendía a su manera y domaba los instrumentos novedosos para hacerlos a su medida. No permitió que la tecnología lo doblegara. La ajustó a su medida.

Lo vivimos junto a Castañeda en los albores de Primera Hora. Y él, con ese sexto sentido que lo mantenía por delante de los demás, aprendía con nosotros y retaba aquellos misterios a los que se atrevía encontrarles fallas y proponer maneras para corregirlas. Los técnicos visitantes que no lo conocían lo miraban incrédulos; los de casa hacían sin chistar las modificaciones que él pedía.

 

Cuando Primera Hora estaba en pañales, en pleno proceso de reclutamiento y adiestramiento con nuevas técnicas para hacer el primer periódico puertorriqueño completamente digital, nos trajeron este nuevo programa, lo último en la avenida, para vestir el muñeco. El problema era que no podíamos ver el muñeco hasta que estaba ya vestido. Lo teníamos que vestir prácticamente a ciegas, a base de cajas de colores.

Castañeda vio el problema y tomó acción inmediata: hay que usar otro programa. El avispero se revolcó, con los miles que se habían invertido en la gallinita ciega aquella, pero él no cedió. Hubo que cambiar de programa. Y Primera Hora comenzó a vestirse como debía ser: digitalmente, pero con el mando donde tenía que estar, en el ojo y el cerebro humano. 

Quisiera creer que Primera Hora fue tal vez el último gran reto de Castañeda. Porque aunque siguió impartiendo su conocimiento, su experiencia y su estilo a otros diarios del continente, a Primera Hora lo creó desde cero, como había hecho en 1970 con El Nuevo Día.

Hoy, ningún estudiante de periodismo en la América hispana habrá aprendido todo lo que tiene que aprender en la universidad si no conoce a Carlos M. Castañeda. Debería ser asignatura obligatoria para todos aquellos que aspiren a hacer buen periodismo en este país.

Como decía el Maestro, no hay que confundir el “bottom line” con el “headline”. Para hacer buen periodismo hay que escribir bien, con corrección y concisión; hay que hacer buen uso del lente; hay que tener buen ojo para presentar un producto de calidad. Pero, sobre todo, hay que tener compromiso. 

Una vez escribió que “si volviera a nacer mañana, volvería a ser periodista”, pero agregó que no creía en la reencarnación, por lo que haría en el cielo un periódico con las noticias de la Tierra para que lo repartiera una legión de ángeles.

Espero que cuando nos reunamos en esa otra vida, todavía lo esté dirigiendo.

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